No veía nada. Gela tardó un
rato en acostumbrarse a la oscuridad y poder inspeccionar el lugar al
que había caído desde el autobús. Era un agujero oscuro y húmedo.
Parecía como si estuviera dentro de un tubo de plástico. A su lado
notó algo moverse. Se giró pero aquel ser fue más rápido y se
escondió en las sombras.
– ¿Hola? –susurró Gela con
temor a lo que le pudiera responder.
– Hola. ¿Qué eres? ¿Qué
haces en mi tubería? –habló una vocecilla chillona.
– Soy un Gela, una Mauremys
leprosa. He caído aquí desde un autobús. ¿Dónde estoy? ¿Quién
eres tú?
Salió de una
rendija oscura un Mus musculus, también llamado ratón casero. Era
más o menos del mismo tamaño que Gela, con un pelaje gris oscuro y
una larga cola.
– Soy Oli. Me
llaman así porque siempre lo estoy oliendo todo. ¿Qué es una Maumy
deprosa?
– Es Mauremys
leprosa. Soy una tortuga. Me he escapado de una tienda de mascotas en
la que me iban a vender y ahora estoy buscando donde pueden haber más
como yo. He caído aquí desde un autobús.
– ¡Guau! ¿Viajas
en autobús? Yo una vez subí a un camión de la basura. Fue
divertido hasta que me echaron montones de comida encima. Casi me
ahogo. Desde entonces estoy aquí y prefiero ir corriendo con mis
patitas a montarme en esos monstruos sobre ruedas. ¿Y dónde dices
que vas?
– Pues no lo sé.
Iba a un sitio llamado Plaza de Aguadores Supongo que si hay una
fuente o una charca de agua o algo similar podría haber más
tortugas como yo.
– Mmmm... Yo veo a
humanos pequeños mojados y hablando de que nadan. Vienen de esa
dirección –señaló el ratoncito por el agujero hacia la derecha
de la calle– . Quizá sea por allí. Iré contigo y te ayudaré.
Así podré correr aventuras como ellos –y señaló un trozo de
cuento pintado y rayado, en el que se veían dos ratones vestidos con
ropa, uno muy elegante y otro con un sombrero de paja. En el título
del libro, bajo unos rayajos de bolígrafo, se podría entreleer “El
ratón de campo y el ratón de ciudad” – . Subí en el camión
esperando recorrer el mundo y vivir aventuras como ellos. Pero de
momento sólo veo esta tubería en la que estoy y aquel almacén en
el que me cuelo para coger algo de comida.
– ¡Genial! –gritó
Gela, dando un pequeño saltito, tan pequeño como le permitían sus
pequeñas y regordetas patitas.– Ahora que tengo un compañero de
aventuras esto va a ser estupendo.
Cuento: LOS VIAJES DE GELA (I)
Cuento: LOS VIAJES DE GELA (II)
Cuento: LOS VIAJES DE GELA (IV)
Cuento: LOS VIAJES DE GELA (V)
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