Gela y Oli salieron
del oscuro agujerito a la luz del sol y, por un momento, se quedaron
cegados de tanta claridad. Giraron hacia la derecha, calle abajo, con
cuidado de no ser vistos por los viandantes, ocultándose, de vez en
cuando, entre las ruedas de los coches aparcados. Oli era rápido e
iba y venía alrededor de la pobre Gela, a la que le costaba
muchísimo seguir su ritmo.
Llevaban una media
hora de camino cuando algo negro y peludo se abalanzó sobre ellos.
Oli salió corriendo y se escondió bajo un contenedor de basuras.
Gela, que se asustó mucho, metió su cabecita y sus patitas dentro
del caparazón y se quedó quietecita, sin moverse y con mucho miedo,
intentando no temblar.
La bestia que les
había embestido era un Felis silvestris catus , es decir, un gato
común. Era de color negro, con unos brillantes ojos y largos
bigotes. El animal era muy grande al lado del ratoncito y la
tortuguita. Éste, al ver el caparazón de Gela, pensó que era un
objeto inanimado y, rápidamente, perdió su interés por él. Sin
embargo, el pobre Oli no corrió esa suerte. El felino intentó pasar
bajo el contenedor, pero el hueco era de apenas un par de centímetros
y sólo pudo pasar sus patas delanteras, con las cuales intentaba
alcanzar al ratón.
Gela, que pensó que
el gato se había ido, asomó tímidamente la cabecita y buscó a Oli
con la mirada. Al verlo, temió por la vida de su amigo, ante el
peligro que este corría. Quería ayudarle, pero no veía una salida.
El gato estaba tendido en el suelo, mirando bajo el contenedor y
extendía sus garras para atrapar a su presa. Así, que la tortuguita
tenía que actuar pronto, o se comerían a su amigo. Lo más deprisa
que pudo, se acercó al gato por detrás, el cual sólo atendía al
ratón, y encaramó a su cola. Se sujetó a ella del pelo lo más
fuertemente que pudo. Entonces, el gato, que notó un dolor intenso
en la cola por las pequeñas pero fuertes patitas de Gela, se asustó.
Dejó al ratón y éste aprovechó su oportunidad para salir
corriendo y meterse en una grieta que había en una puerta de una
vieja casa. Mientras, el gato no paraba de saltar, asustado y daba
bandazos. En uno de ellos, Gela salió despedida y cayó entre los
barrotes del balcón que había en el primer piso de la casa por la
que se había adentrado Oli.
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